miércoles, 8 de julio de 2009

Floristería Amigo (1929)

Dña. Fernanda Lemiña Carril era sastra y en año 1.929 como en Ribeira no había frutería decidió abrir una, que fue conocida por la de A da Sra. Fernanda, gracias a esto Ribeira supo lo que eran los plátanos.
Tener una frutería en aquel momento era una tarea difícil y tenía que desplazarse para comprar los productos a poblaciones distintas como por ejemplo las patatas que las tenía que ir a buscar a Coristanco. A una de sus hijas, Manuela Amigo Lemiña, le encantaban las flores y empezó en su domicilio con la floristería, hasta que decidió montar un pequeño kiosko de flores en la calle Rosalía Castro, años más tarde 1.965 decidieron abrir la floristería. Dos años después en 1.967 fallece Manuela y su marido D. Enrique Cores Lemos se hizo cargo de la frutería y de la floristería. Años más tarde decidieron cerrar la frutería y D. Enrique siguió regentando la floristería, hasta su fallecimiento en el año 2.007 pasando a llevar las riendas Fernanda que sigue al frente de la floristería.

2 comentarios:

VIAMARE dijo...

Como dato anecdótico podemos poner muchos pero nos vamos a quedar entre otros con el hecho de que Fernanda planchaba el dinero porque la gente de la aldea lo traía tan envuelto que no le gustaba y que nunca envolvía el pan, excepto cuando ya estaba un poco duro .
En el año 1.965 pagaban a la Cámara de Comercio por la fruteria 3 pesetas con 40 céntimos.
De Licencia Fiscal pagaban al semestre por la frutería 142 pts. Y una vez se despistó y tuvo que pagar una multa de 25 pts.
Todas las semanas le robaban en la tienda y los clientes le preguntaban ¿Qué te robaron hoy?.
Cuando le traían la fruta cogía la cesta la levantaba y siempre acertaba los quilos que había. No necesitaba báscula.
Nunca pagaba una letra si no le quedaba en caja dinero sobrante. Decía que el dinero iba al dinero.

VIAMARE dijo...

La juventud de Castiñeiras venia andando al baile,dejaban las zapatillas en la tienda y ella esperaba a que saliesen del baile para que cogiesen las zapatillas. Nunca dejó a nadie sin ellas aunque tardasen.
Vendía mucho a fiado, había labradores que le pagaban cuando vendían el becerro, a veces tenía que esperar a varias pariduras.
Era una mujer valiente, sólo tenía miedo a una cosa “a los truenos”. Era la única causa por la que cerraba la tienda.
El pan era su obsesión, malo que un cliente quedase sin pan, como que le quedase una barra resesa.
La única vez que la vieron llorar en la tienda fue a causa de la muerte de un gatito de angora, la gente no lo podía creer.
Era legal en el peso de la mercancía ya que se negó ,en redondo, a poner la báscula adelantada, sisando de esa forma en el peso.